CAMBALACHE
A Gilberto Lavenant
In Memoriam
CRONICAS DE UN RESUCITADO
-Preludio. Despertar con un gallo negro en la ventana
-Una semana en el transporte público de Tijuana. La pesadilla
-EL SITT Y LOS CAPOS DE LAS CONCESIONES
-Mañana Dios dirá, pero hoy se inaugura
Cuando despertó, los músicos seguían tocando el mismo son monocorde, en el mismo carnaval del siglo anterior.
¿”Cuánto dormí”? Preguntó el de la voz complemente lúcido y sano, y nadie respondió. Pues como. En torno suyo no había persona alguna que le revelara el nombre del día y el año en que estábamos esa mañana, así que se enderezó sobre la cama y comenzó a hacer cálculos mentales, primero, y luego con los dedos que no ayudaron mucho. Quizá fueron 10, 20 años. Adentro, en la habitación, casi todo era distinto y desconocido. “Puede que haya cruzado la frontera de los siglos durmiendo”, dijo manoteando las telarañas aún enredadas del dilatado sueño del que venía despertando. Todo es confuso: afuera sigue sonando sin pausa el tan tan tan de la feria de circo, acompañado de un taladrante y conocido murmullo de hombres y mujeres. Sin embargo, los rostros de ahora son otros.
No está para saber si es un privilegio o la némesis de su vida pero la ventana del piso donde despertó muestra rotunda la panorámica de los palacios del poder de esta ciudad que por azares impronunciables lleva por nombre Tijuana. De allá viene la algazara que escucha al despertar.
Hay un pregonero que canta noticias en la calle; Moro corre de golpe las cortinas de la ventana y el chorro de luz matinal lo encandila, y la orgía del brutal tráfico citadino le devuelve la media sordera de hombre urbano. Cuando recobra los ojos ve que un gallo negro se contonea de un lado a otro en el alfeizar de la ventana. -Es mi gallo, mi alma gemela, mi informante- dice sin un rastro de duda. Tal vez es él transfigurado en este nuevo siglo. Es el contratenor que cantaba las noticias hace unos minutos.
El ave mira de lado con su diminuto ojo izquierdo al habitante del nuevo siglo (los gallos no pueden ver de otra manera), y sin quitarle la mirada hace un comedido ademán con el ala invitándolo a que acabe de levantarse para pasar a sentarse a la regia mesa de madera de ébano que antes fue azafata de grandes comilonas y borracheras, y hoy es santuario de trastos cibernéticos que una mano siniestra acercó mientras dormía el hombre del siglo anterior.
Debe conocerlo a fondo, y parece que hizo una vigilia de soldado mientras estuvo en el prolongado coma, pues sin aviso ni acuerdos previos, el gallo negro puso sobre la lustrosa superficie del mueble las noticias de la mañana y otra pila de materiales de cuya índole, por el momento, no dio parte.
Al azar, Moro echa un vistazo a los expedientes y de la primera impresión pasó al desencanto y luego al reclamo. “Todo lo que veo y leo es tan viejo como el Medievo aunque tenga fecha 2016”, dice el recién resucitado. Gallo negro, siempre al alba, lo mira ahora con el ojo derecho y le hace un guiño con ínfulas de compadre. –Cierto- dice con talante de enterado. “Pero es todo lo que hay. Ponte al día con ese cambalache de cosas, y comienza tu labor”, ordena el ave con el mismo aire indulgente como ordenaban la tarea del día siguiente, a las 10 de la noche, sin levantar la vista de la prueba de la página principal de mañana, los extintos jefes de redacción de los periódicos-diario del siglo anterior.
Lee que quizá en unos días llegue al más alto cargo del ayuntamiento un hombre que arrastra desde hace ya tiempo un mote temerariamente profético. “Patas”, así gusta que le digan en público y en privado a Juan Manuel Gastélum Buenrostro, el alcalde electo que, sin embargo, a esta hora, aún sigue sentado en la antesala de la presidencia municipal. ¿Le habrán dicho ya a este personaje que el gobierno no se hace con las patas, aunque las elecciones se ganen a veces así? ¿Acaso Tijuana pidió comediantes? Digo. --Haré estas preguntas y otras cuando terminen las impugnaciones de sus adversarios- concilio con el gallo negro.
El asunto sin embargo, querido gallo negro (hemos entrado ya en franca hermandad), es viejo. Viejo como la humanidad. El uso y abuso del poder. La soberbia. Ah, la soberbia. La codicia, más vieja que Shakespeare.
(Alguien manda decir a gritos desde la otra acera de la calle que “el patas” gobernará Tijuana los próximos tres años. Está bien, haremos las preguntas entonces).
Hay una noticia sobre la mesa que parece nueva. Sin embargo, huele al cacharro viejo que es repintado para que parezca nuevo. Para el gallo es la más cara y la más morbosa primicia de todas las que ha querido presentar y comentar esta mañana aunque, en pleno entusiasmo noticioso, aflora sin disimulo en su gallarda cabeza afilada, la huella inequívoca de la desazón.
El gallo negro canta entonces su ópera prima con su limpio pecho lírico:
Tijuana va a estrenar un sistema de transporte público digno del heroico y manso usuario fronterizo. “Es el SITT”, dice. -Con ese nombre lo sacó a la calle este gobierno que, por cierto, debes saber, ya se va-, añade con malicia, como tratando de poner en relieve el atraso de Moro en las novedades de la ciudad. (Este lo traduce pero no entiende qué significa “estrenar” en el trance de tratar de hacer algo nuevo con viejas mañas).
¡He aquí la noticia y he aquí estos materiales que son testimonios recogidos en una semana de indagatorias, peligros y sobresaltos vividos en carne propia! exclama gallo negro indispuesto a las réplicas, pues dice que una semana trepado en el transporte público de Tijuana no fue “La ilusión viaja en tranvía” de Buñuel, sino un acto de masoquismo voluntario que a veces algunas plumas elegantes confunden con el heroísmo. Dicho lo anterior y sin esperar objeciones, abre los cuadernos que antes había volcado sobre la mesa junto a las “noticias del día”.
Todo lo que el ave descarga a chorros, de aquí hasta el final, es a propósito del anuncio municipal de esa dilatada “joya del trienio” llamada