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    Las filas
    26/08/2020

    Las filas 


    Francisco Arzave 


    En los últimos días hasta nueve horas de fila para cruzar a Estados Unidos han tenido que esperar los miles de residentes y ciudadanos de ese país quienes decidieron pasar esta temporada en la zona Tijuana-Ensenada desafiando las recomendaciones y avisos de las autoridades norteamericanas en el sentido de que Tijuana está lleno del SARS CoV-2 que provoca el COVID-19. 


    Y es que si a los bajacalifornianos nos critican por hacer poco caso a las indicaciones de las autoridades, los vecinos dicen “quítate que ahí te voy” y los vemos caminando muy despreocupados, sin cubrebocas, arremolinados en playas y lugares públicos de aquí y de allá sin que nadie les diga nada por lo menos en el territorio mexicano. 

     

    Para el gobierno estadounidense en todos sus niveles la situación de la pandemia es clara: la frontera mexicana está infectada por el coronavirus y contagia a la gente que viene a ese lado; sin embargo, tal parece que a sus ciudadanos y residentes no les importa. 

     

    Sabedores de la crisis de salud ampliaron las restricciones al momento de cruzar la frontera, ahora se les pregunta el motivo de su viaje a México, el agente de migración tiene la facultad de enviarlos a segunda revisión y se les otorga información sobre la pandemia y sus consecuencias. Además, se realizan pruebas rápidas para detectar COVID-19 antes de cruzar caminando al vecino país. 

     

    De este lado es obvio que tanto el gobierno de Baja California como los municipios optaron por el bienestar económico sobre la salud de la población, eso se refleja en su doble discurso: por una parte, diariamente nos alerta de que seguimos con el semáforo en rojo y que sólo se permitirán actividades esenciales, pero el propio gobierno no se comporta con la firmeza que debería tener cuando permite que la gente circule sin cubrebocas, no sanciona a todos los que hacen reuniones más allá de lo permitido y abre actividades como si el semáforo ya hubiera cambiado de color. Del control en la frontera nada. 

     

    El colmo es la pretensión de realizar un festival de reguetón en un club en Playas de Rosarito tratando de atraer al público extranjero. Ni el gobierno del Estado tan férreo con algunas empresas, ni el ayuntamiento de Rosarito se han manifestado en contra del evento.  

    La alcaldesa rosaritense, Aracely Brown afirmó que aunque no se ha definido lo del permiso ve con buenos ojos la realización del evento ya que se llevaría a cabo cumpliendo todos los protocolos de seguridad e higiene y justificó su posición bajo la premisa de que “Rosarito vive del turismo”. 

     

    La situación está descontrolada en ambos lados de la frontera y tal parece que los gobiernos tiran cada quién para su lado en lugar de diseñar estrategias binacionales de fondo que reviertan el avance inexorable de la pandemia.

     

     


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